Arenaron horas
aquietaron peces.
Desordenados, suficientes
en mi cuarto, sin puerta y sin ventana
desconocidos cardenales irrumpieron.
Y de la sombra, de mis manos extendidas
me arrebataron
los ojos de acero.
Corrieron luego… toscamente corrieron
eran viento
pronunciando de soles vecinos y oscuros en mi ser
suerte y muerte, del sagrado manto
que cubría mi indisciplina, mi rebeldía
y mis gritos
de silencio.
Y me dejaron sin dolor.
Me dejaron…
paz.
ChicoMalo
09-04-2009
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